Comunicación

Discurso ciudadano de Ricardo Hurtado en el acto institucional del Día de Extremadura

ricardo hurtado
Pese a no haber nacido en Extremadura, ha marcado mi vida desde mis primeros días. Mi madre, sevillana, al poco de llegar a Cáceres por motivos de trabajo conoció a mi padre y se casaron. Desde entonces también se enamoró de Extremadura. El azar quiso que yo naciese un día de verano en Sevilla, mientras estaban de vacaciones. Puedo decir con toda rotundidad que mis mejores momentos están enraizados aquí, en esta tierra: la niñez, la infancia y las primeras fases de la adolescencia las he pasado entre Cáceres y el Casar de Cáceres; la madurez, en Almendralejo, desde que me asenté en el año 2015 y donde tengo intención de pasar también la vejez. Entre medias, un goteo incesante de experiencias y recuerdos vinculados a una región que vio nacer a mi padre y a toda su familia. Además, los años que he pasado en Sevilla, los del instituto y la universidad, han ido acompañados de largas estancias aquí, aprovechando cada ocasión para volver a Cáceres y conocer un nuevo rincón de esta bella comunidad. Estar lejos no es estar ausente.

Por estas y muchas más razones, sin ser extremeño de nacimiento, creo que tengo motivos más que suficientes para presentarme como tal, con el aval de las raíces, los años y, sobre todo, mi compromiso con la que considero mi tierra. Mi padre, el profesor Ricardo Hurtado de San Antonio, acumula cerca de 60 años de investigaciones y publicaciones destinadas a dar a conocer nuestra historia, siendo, como él mismo se ha definido en más de una ocasión, una Voz que clama en el desierto, que se revuelve contra la postración y el olvido a que se ha visto sometida esta región a lo largo de la historia. Su libro, Extremadura: ensayo sobre su identidad, publicado en 2002 es un texto ineludible para conocer nuestro presente, pasado y futuro. Recomiendo encarecidamente su lectura.

Si echamos la vista atrás, o si nos acercamos a los medios de comunicación actuales, observamos que el lugar destinado a Extremadura es secundario, por no decir marginal, y en demasiadas ocasiones asociado a prejuicios sin fundamento alguno. Esto se ha debido y se debe, en gran medida, a la influencia y estereotipos de regiones más conflictivas y contestatarias, dispuestas constantemente a esgrimir el agravio comparativo, una identidad excluyente, el victimismo y la amenaza de ruptura. Pero esta suma de adversidades históricas no debe conducirnos a la resignación, el conformismo, la apatía o la desunión. En un momento en que los extremismos e identidades heridas e intransigentes florecen por doquier, Extremadura se muestra como una región construida desde la sensatez y la moderación, desde el convencimiento de que es posible hacer compatibles el sentimiento regional con otros vínculos y pertenencias, desde el respeto, la tolerancia y la justicia. La ciudadanía extremeña, sin hacer ruido, se despliega desde la transversalidad, fiel reflejo de una identidad que, lejos de ser rígida, fijada a una única bandera, es poliédrica y acoge con los brazos abiertos una pluralidad de discursos nacionales, culturales, étnicos, religiosos y sexuales. Y en esto, como en otras tantas cosas, la ciudad de Almendralejo es un claro reflejo y modelo a seguir.

Mis primeros recuerdos están en Extremadura, siendo uno de ellos especialmente recurrente: el interminable trayecto en coche por la Nacional 630 entre Cáceres y Sevilla. Por suerte, eso ha cambiado y la autovía ha transformado cerca de cuatro horas agotadoras aderezadas de constantes contratiempos en algo menos de dos horas y media. Actualmente, no pocos días he pasado la tarde en Cáceres o Sevilla con mis padres, para volverme al atardecer y cenar en Almendralejo. Antes, habría sido impensable. Desgraciadamente, aún queda mucho por mejorar. La ciudadanía extremeña sigue esperando un tren digno, eterna promesa incumplida. De hecho, nuestra sociedad civil se está manifestando ahora mismo en Madrid por este motivo. El 8 de septiembre también es una fecha idónea para la protesta, para reclamar lo que se nos debe, lo que es justo. Roma construyó su imperio y creció exponencialmente vertebrando sus territorios con calzadas, salvando obstáculos con puentes y haciendo llegar el agua a todos sus rincones con acueductos. Sus vestigios forman parte de la historia más hermosa de nuestra comunidad. Extremadura debe conectarse al resto de España y al mundo con una red de comunicaciones acorde a los tiempos actuales y a su importancia específica dentro del país. El crecimiento y desarrollo de los pueblos, su capacidad de mejora, apertura y modernización no tienen mejor aliado que el intercambio de ideas, conocimientos, experiencias y modelos de vida. En un mundo cada vez más globalizado e interdependiente, el aislamiento es un lastre de funestas consecuencias.

El filósofo francés Nicolás de Condorcet afirmaba en el siglo XVIII que las naciones progresan generando en ellas la conciencia crítica y ciudadana, y no había mejor manera de hacerlo que a través de la educación. Como docente, os indico que la fuerza de Extremadura nace en sus escuelas, enseñando a nuestro alumnado el pensamiento crítico, junto con una identidad satisfecha de sus raíces y costumbres, capaz de despojarse de complejos sin fundamentos. La educación es el motor de esta región, una educación comprometida con su entorno natural y social, preparando a una sociedad de hombres y mujeres confiados en su porvenir como ciudadanos del mundo, y por supuesto, también, como extremeños.

Porque debemos defender con orgullo quiénes somos, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, en el resto de España y en el extranjero. Extremadura es un proyecto colectivo de enorme valor que hace compatibles tradición y modernidad, fomentando el emprendimiento entre su ciudadanía, siendo una referencia en energías renovables y en el amor a una forma de vida ligada al campo, al mundo rural. Hagamos compatible lo diverso, saquemos rédito a nuestras peculiaridades.

Construyamos puentes, no muros.

Todo lo dicho en este discurso es extrapolable a la ciudad de Almendralejo, que tanto me ha dado y la que tanto debo. En gran medida, mis esfuerzos como profesor, investigador y escritor no son sino una forma de agradecérselo, y nunca será suficiente. Aprovecho este momento para poner en valor a los colegios e institutos de nuestra localidad, que hacen crecer en el alumnado la semilla del futuro, la confianza en que el esfuerzo y el talento pueden quedarse aquí. Centros educativos que han soportado con ilusión, sacrificio y entrega desmedida lo difícil que fue enseñar durante la pandemia, primero telemáticamente, luego, con una mascarilla que dificultaba algo tan importante como la comunicación verbal y no verbal.

La riqueza de Almendralejo está en su diversidad, en el trabajo de su gente, en sus ganas de mejorar y seguir creciendo. Nuestra ciudad exhibe hoy un músculo económico, cultural y social indudable que da en la escuela sus primeros pasos. En las aulas y los pasillos de los centros educativos vemos a una comunidad unida y comprometida.

A familias volcadas en la formación integral de sus hijos e hijas. A docentes, preocupados en transmitir a su alumnado contenidos y valores. Y, sobre todo, a una juventud ilusionada con una región que se define ejemplarmente por la puesta en práctica de principios cívicos y democráticos. Apostemos por ellos, no dejemos que se vayan, démosles medios para evitarlo. Y si eso ocurre, que vuelvan con la cabeza alta, orgullosos de su tierra, que presuman de ella. Construyamos un presente y un futuro juntos. Está en juego la Extremadura que queremos. De lo contrario, solo nos quedarán la nostalgia, la ausencia y el vacío.

Como representante hoy de la ciudadanía, cierro esta intervención dándole mi más sincera enhorabuena al colegio público Montero de Espinosa, a la asociación DEMA y a Don Luis Carranza por hacer de Almendralejo, y de Extremadura, un lugar mejor.